Explotado ya por cartagineses y romanos , el plomo de la Sierra de Gádor comenzó a ser conocido en el panorama industrial español a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, cuando la Corona reclamó la administración directa de las minas y fundiciones del Reino de Granada.
Sin embargo, es a partir de 1825 cuando tiene lugar la eclosión de la minería alpujarreña, a raíz de la Ley de Minas que acaba con el monopolio y liberaliza el sector. Por doquier se registraron concesiones y se abrieron pozos, disparándose la producción. La irrupción del plomo almeriense literalmente arruinó la minería de Alemania y Francia, si bien la metalurgia inicialmente se limitaba a los artesanales “boliches”, ineficientes energéticamente y esquilmadores de grandes superficies de matorral.
Las condiciones de la Sierra de Gádor eran idóneas para la minería, además de por la riqueza de metal, por la virtual ausencia de agua subterránea (la mayor enemiga de las explotaciones) y por la dureza de la roca en la que se encaja el mineral, que hace innecesaria la entibación (apuntalamiento de galerías con maderas).
Hasta el final de la “edad de oro”, ya en la segunda mitad del XIX, el flujo de capitales generado fue ingente, propiciando el florecimiento de una burguesía local que acabó convirtiéndose en terrateniente. Esa herencia económica enlazará con el siguiente ciclo exportador almeriense, el de la uva, mientras que la herencia tecnológica y social dará el salto al otro extremo de la provincia, la Sierra Almagrera, en Cuevas del Almanzora. Paralelamente, los mineros alpujarreños hubieron de emigrar a la nueva tierra de promisión, llevando con ellos su cultura y costumbres.
Durante los años de apogeo el epicentro de la minería alpujarreña fueron las cumbres más altas de la Sierra de Gádor, donde coinciden los términos municipales de Laujar, Fondón, Berja y Dalías, y en especial la universalmente conocida Loma del Sueño, de proverbial riqueza plumbífera. Con el paso de los años el epicentro fue desplazándose hacia el este, llegando hasta Benahadux y Gádor y sus ricas minas de azufre.
Es precisamente en el entorno de Berja donde nos vamos a centrar. Conviene antes señalar las peculiaridades del patrimonio industrial de este distrito minero, que viene condicionado por dos factores: su carácter relativamente pionero y la preponderancia del plomo. Por un lado, al remontarse el apogeo del distrito a los primeros compases del siglo XIX, los restos que han perdurado son más escasos que en otras comarcas que vivieron su esplendor mucho después. Por otro, el mayor valor unitario del mineral de plomo respecto a otros como el hierro no exige la construcción de complejos dispositivos e instalaciones para reducir el coste unitario de su transporte (ferrocarriles, cables aéreos, tolvas, embarcaderos, etc…), quedando así limitada la riqueza y variedad del patrimonio.
En consecuencia, lo que nos encontraremos en la parte Occidental de la Sierra de Gádor, más allá de innumerables pozos y escombreras, serán unos pocos restos de antiguas fundiciones. Además, claro está, del soberbio complejo de las minas y lavadero de flotación de fluorita de El Segundo, que representa el último (por ahora) intento de resucitar la antigua minería alpujarreña, entre 1958 y finales de los 70.
Podemos iniciar la ruta en Berja, capital de la Alpujarra almeriense, que atesora en su casco urbano numerosas casas señoriales de la burguesía minera. En las afueras, saliendo del pueblo en dirección a Laujar, encontramos la chimenea circular de la fundición “Buenos Aires”, bastante deteriorada. Retrocedemos hacia el centro del pueblo y tomamos la carretera que nos lleva a Castala. A unos tres kilómetros, y al otro lado de la la Rambla Julbina, tenemos la Fundición de Castala, bajo el Peñón de la Rata. De su importancia nos habla la continuidad de la actividad durante un prolongado período, habiendo comenzado con un horno castellano (reverbero del país) para terminar utilizando los más avanzados hornos reverberos ingleses. Además de la tolva y la balsa, se mantiene en un buen estado una de las cámaras de combustión, y un horno completo. No obstante, lo más interesante es la compleja red de galerías de condensación, que conectaban los hornos con la ya desaparecida chimenea. La finalidad de estas largas galerías, presentes en todas las fundiciones de plomo, es doble: alejando la fuente de emanación de gases se reducían los graves problemas ambientales y de salud (cólicos “saturnales”), y con el enfriamiento del aire se conseguía condensar el humo en forma de partículas metálicas, aprovechándose residualmente.
Ya en el Parque Periurbano de Castala, la antigua área recreativa, iniciamos el duro ascenso hasta las cumbres de la Sierra de Gádor. Debemos saber que, a partir de aquí, transitaremos por pistas forestales. Conforme vamos ganando altura, la vista de Sierra Nevada al frente se va haciendo más imponente, mientras empezamos a ver labores mineras diseminadas por laderas de pendientes imposibles.
Después de unos 11 kilómetros de piedras y curvas llegamos al impresionante Lavadero de fluorita del Segundo, que por sí sólo se hace merecedor de la visita.
El Lavadero de fluorita de El Segundo
A menudo la Historia nos depara curiosas casualidades. Si la minería alpujarreña cedió el testigo a la cuevana en la segunda mitad del siglo XIX, sería una empresa estrechamente vinculada a la mítica minería del plomo y la plata en Cuevas del Almanzora la que insuflaría los últimos ánimos al histórico distrito virgitano, ya en la segunda mitad del siglo XX.
La decadencia que siguió a la época dorada de la minería gadorense fue muy prolongada, pero su actividad nunca llegó a paralizarse del todo. A finales del XIX, a la vez que se descubría mineral de azogue (mercurio) en Castala, se llegó incluso a registrar la concesión para un ferrocarril entre la Loma del Sueño y el puerto de Adra. Tampoco quedaría el distrito al margen de la entrada de capitales foráneos. Así, en 1913, se constituyó en Bélgica con 300.000 francos de capital la Societè Austro Belge, para explotar las minas de plomo Reunión de Santa Catalina y otras.
Sin embargo, ninguno de los intentos llegaría a cuajar, hasta que en 1955 el Estado encomienda al Instituto Nacional de Industria (I.N.I.), a través de su empresa Minas de Almagrera S.A. (M.A.S.A.) el “beneficio racional de las antiguas escombreras”, una vez que se había puesto de manifiesto la extraordinaria riqueza en fluorita de la ganga.
Desde el primer momento los mineros sabían que la galena se presentaba encajada en la fluorita, asociados a la llamada “piedra franciscana”, pero nunca se había aprovechado la ganga. Con una nueva técnica se pensaba que se podría rentabilizar ahora la explotación de las viejas escombreras. Junto a M.A.S.A., que quedó inicialmente a cargo del plomo, llegó también la empresa mixta M.I.N.E.R.S.A., que se especializaría en la fluorita. En la práctica ambas se repartieron el trabajo y los productos resultantes.
El Lavadero de El Segundo no es otra cosa que una “Planta de Medios Densos WENCO”, con la finalidad de aumentar la concentración del mineral, antes de ser transportado a la fundición, esta ya fuera de Almería. A grandes rasgos, el proceso consiste en recibir el mineral en bruto a través de una tolva, triturarlo y separarlo por densidades, centrifugarlo y finalmente someterlo a la acción de fuertes reactivos químicos.
La actividad no cesó definitivamente hasta 1980, pero hasta mediados de los noventa, en que se decidió derribar los edificios y vender como chatarra los elementos metálicos, eran perfectamente distinguibles todas las instalaciones. Tan sólo las balsas y las pequeñas tolvas de su interior se conservan intactas. Al parecer, existe un proyecto de rehabilitación de las antiguas viviendas. Mientras tanto, sólo los queda admirarnos de la gigantesca montaña de escombros de mineral estéril, generada durante décadas de explotación.
En lo alto del complejo hay una pequeña planicie. Se trata de la rotonda desde donde los camiones vertían el mineral bruto en la tolva. El pequeño foso no es otra cosa que la báscula por la que antes debían pasar. Siguiendo el camino de vuelta de los camiones encontramos las enormes cocheras y talleres.
Al otro lado del pequeño barranco vemos una extensa área totalmente despojada de vegetación. Probablemente se trate de la primera balsa de almacenamiento de los productos tóxicos generados en el proceso, cuya rotura en los años 60 pudo haber provocado una gran catástrofe ecológica. A raíz del incidente se decidió trasladar su emplazamiento hasta las faldas de la montaña, evitando el tremendo desnivel. Por medio de un canal los lodos bajaban hasta otras balsas habilitadas en Castala. Se solventó un riesgo, pero se asumió otro. La gran riada de 1973 hizo que se desbordara la Rambla Julbina, junto a la que estaban situadas las balsas. En Berja se comenta que todas las fuentes del pueblo (con excepción de la de Alcaudique) están, a raíz de aquello, al límite de lo tolerable en cuanto al contenido de flúor, aunque debe tratarse de una leyenda urbana, pues los lodos no eran ricos en este mineral sino en otros aún más tóxicos, como amixaltato o yoduro sódico, que de haber llegado al agua de consumo humano hubieran causado daños incalculables.
Fuente: Atlas del Patrimonio industrial en Andalucia Oriental
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